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Sol Gabetta, un lujo nacional

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Sol Gabetta, un lujo nacional

La violonchelista cordobesa vuelve al Teatro Colón por segunda vez en una semana
 
la mañana, no muy temprano pero tampoco tarde, Sol Gabetta, casi sin maquillaje, tiene la cara despejada como si hubiera cumplido con la rigurosa prescripción de las ocho horas de sueño. Pero es una ilusión que depara su simpatía, su manera rapidísima de hablar. La noche anterior, en el ciclo de conciertos del Mozarteum Argentino, tocó en dúo con el pianista Bertrand Chamayou. "Volvimos a la una y media de la mañana. Me cuesta dormir después de los conciertos porque una queda muy activa. No se puede hacer esto todas las noches."
Como sea, le espera un breve descanso en Córdoba, la provincia en la que nació. "Me tomé un día libre porque tengo a mis amigas del colegio que están esperándome, y también a mi familia." Hoy, sin embargo, estará otra vez en el Teatro Colón y también con Chamayou, para tocar el mismo programa: la Sonata para violonchelo y piano en Re menor, de Claude Debussy; la Sonata en La mayor, de César Franck, la Sonata en Re menor op. 40, de Dmitri Shostakovich, y Le Grand Tango, de Astor Piazzolla. "La última vez que toqué en el Colón tenía doce años [en 2010 un concierto suyo junto a la Filarmónica, en el teatro, fue suspendido por problemas gremiales]; es decir, hace diecinueve que no lo pisaba. Hace mucho, mucho.", cuenta Gabetta.
Es como si en ese tiempo transcurrido, el lugar que ya conocía la sorprendiera de nuevo. "Ya no tenía idea de la dimensión del teatro porque una cosa es saber lo que es el Colón y otras es estar ahí, arriba del escenario. No es fácil encontrar salas para recitales con chelo. Cuando la sala suena bien para el chelo, el piano sale como una bomba. Pero la del Colón es justa, perfecta. Y en una obra como la de Debussy, todo queda en su lugar, es como un plano bien armado."
 
Gabetta no tocaba en el Teatro Colón desde que tenía 12 años. Foto: Soledad Aznarez
-Mihaela Ursuleasa, la pianista con la que ibas tocar originalmente, murió hace poco de manera repentina. ¿Cómo sobrellevaste el concierto con ese recuerdo? -En el concierto del otro día quería decir algo y no me animé. El dos de octubre, se cumplieron dos meses de su muerte. Mihaela era, como Bertrand, una persona con la que yo compartía muchísimos conciertos en trío, en dúo. Así que la situación fue completamente irreal: te dan esa noticia y no lo podés creer. Ella vivía sola con su hija de seis años, y por suerte cuando pasó todo la niña no estaba con ella. Por alguna razón, mandó a la hija con su madre a Rumania. Fue terrible. Mihaela tenía todo en su carácter: bajones y subidas. Era una persona genial. Muy parecida en estilo musical y personalmente a Martha Argerich.
-¿Qué tiene que tener un pianista para que sientas ganas de tocar con él? -No soy muy complicada. Me gusta gente que tenga cierta exigencia; que se plantee qué es la música de cámara, cuál es el sentido de que estén dos personas tocando juntas. Con Bertrand, me gusta además que somos muy amigos y entonces es un placer viajar juntos. Él es un superintelectual; conoce mucho de literatura, de historia, y entonces se puede trabajar no sólo el aspecto técnico. Pensá además que nos conocemos desde que teníamos alrededor de dieciséis años. La verdad es que toco con dos o tres pianistas, no más. Eso permite hacer foco en el repertorio, y al volver a hacer una pieza que se hizo cinco años atrás se busca otra cosa.
La visita a la Argentina no es la única novedad vinculada con Gabetta en estas costas. Hay también dos discos nuevos. Por un lado, DUO, una colaboración con la pianista Hélène Grimaud que Deutsche Grammophon acaba de publicar en Europa y llegará dentro de poco a la Argentina; por el otro, el registro, ya distribuido localmente por Sony, del Concierto para chelo y orquesta N° 1 de Shostakovich con la Münchner Philarmoniker dirigida por Lorin Maazel. "Fue arduo convencer a Maazel de que grabara con solista porque no suele hacerlo. Al final, mi agente me dice: está todo arreglado, pero por favor no le des la mano porque no le gusta dar la mano." Se ve que el arte de Gabetta convenció por fin al maestro: en la tapa del disco se los ve saludándose con evidente alegría.
-¿Y qué pasó en el encuentro con Grimaud? En el disco hay también una versión de la Sonata en re menor de Shostakovich, que tocaste con Chamayou y que habías grabado ya con Ursuleasa, pero el enfoque parece distinto. -Fue otro mundo, aunque, igual que con Bertrand, nos llevamos bien enseguida. Estábamos en el Menuhin Festival de Gstaad, donde ella era artista en residencia, y yo fui porque mi novio trabaja en el festival. Entre un recital y otro, ella tenía un día libre y no sé cómo averiguó mi número de teléfono. Al día siguiente recibí un mensaje de texto que decía: "Sol, ¿te gustaría que leyéramos juntas algo de música?" Yo pensé: ¿Quién será Hélène? Después caí que era ella. Funcionó muy bien porque tiene una inteligencia superior; es una persona con una enorme generosidad humana y musical. De todos modos, hay diferencias. Con Bertrand, por ejemplo, somos un verdadero dúo, y lo mismo pasaba con Mihaela; con Hélène, en cambio, es como si fuéramos más bien dos solistas. Tocamos dos conciertos el año siguiente y ella me dijo: «¡Qué pena que esto no quede grabado!» Y dos meses después, grabamos. Con ella aprendí muchísimo en el estudio. Hicimos la grabación en un solo día. Es casi como si hubiera sido live.
-Te gusta enfrentarte con el corazón del repertorio de tu instrumento. Hace unos años, el concierto de Britten, y ahora el primero de Shostakovich, en una versión que es además muy distinta de la que preparó en su momento Rostropovich, sobre todo el Moderato, que hacés muy lentamente, como si flotara. -Sí, es muy distinto. Lo curioso es que yo estudié diez años con el último alumno de Rostropovich. Ese concierto lo toqué ya a los dieciséis para el primer concurso Rostropovich.
-Se podría decir que creciste con esa obra. -Ahí está la cosa. Ese concierto tuvo una evolución. Es cierto que los tempi son muy lentos. Hay también una discusión sobre el primer movimiento. Todos los jóvenes suelen tocar rápido y yo también lo hacía. Pero después me di cuenta de que ése no era mi impulso interno. Y mi profe, cuando escuchó hace poco la grabación, me dijo justamente que encontraba algo muy propio en lo que yo había hecho. La verdad es que yo tenía un poco de miedo sobre lo que pudiera decirme porque, si bien estudie todo ese tiempo con él, mi toque es completamente diferente al de su escuela. Ahí está la generosidad del profesor: lograr que no haya copia. Y la verdad es que, aunque quisiera, yo no podría copiar a nadie. Finalmente, cada uno es lo que es, y eso se escucha.(lanacion)